3.8.12

Después de la cita, cuento

Nuestra primera lectura es el cuento, "Después de la cita". Los estudiantes nos dan su interpretación.

Después de la cita", de Juan García Ponce

Era otoño. Algunos de los árboles habían perdido por completo las hojas y sus intrincados esqueletos resistían silenciosamente el paso del aire, que hacía murmurar y cantar las de aquellos que aún conservaban unas cuantas, amarillas y cada vez más escasas. A través de las ramas, podían verse las luces brillando tras las ventanas, a pesar de las pálidas cortinas de gasa. Tal vez hacía demasiado frío para ser noviembre.

Ella caminaba no muy rápidamente, por sobre el pasto húmedo y muelle, en el centro de la avenida. Podía tener quince o veinticinco años. Bajo la amplia gabardina sus formas se perdían borrosamente. Sus cabellos, cortos, despeinados, enmarcaban una cara misteriosamente vieja e infantil. No estaba pintada y el frío le había enrojecido la nariz, que era chica, pero bien dibujada. Una bolsa grande y deteriorada colgaba desmañadamente de su hombro izquierdo.

Caminando en diagonal, salió del camellón, atravesó la calle y siguió avanzando por la banqueta. Al llegar a la primera bocacalle una súbita corriente de aire despeinó más aún sus cabellos. Metió las manos hasta el fondo de su gabardina y apresuró un poco el paso. El aire cesó casi por completo apenas hubo alcanzado el primer edificio. Una de las ventanas de la planta baja estaba iluminada. Instintivamente se detuvo y miró hacia adentro. Un hombre y una mujer, muy viejos, se sonreían, afectuosa, calurosamente, desde cada uno de los extremos de la mesa, que era, como las sillas y el aparador, grande, fuerte, resistente. Ella tenía un chal de punto gris sobre los hombros; él una camisa sin cuello y un grueso chaleco de lana. Los restos de la cena estaban todavía sobre la mesa. De pronto la mujer se levantó, recogió los platos y salió de la habitación. La muchacha no quiso ver más. Suspiró inexplicablemente y siguió caminando. Al atravesar una nueva bocacalle el viento volvió a despeinarla. Tras la ventaja el viejo se levantó, avanzó lentamente y abandonó el comedor. La luz dejó de reflejarse en la calle.

La muchacha, siempre sin motivo aparente, dejó la calle y regresó al camellón. En una de las bancas un bulto se perfiló en la oscuridad. Cuando pasó junto a él, se dividió en dos y una risa nerviosa se extendió en el aire. Los miró sin poder distinguirles las caras y siguió su camino. Un halo de soledad se desprendía de la débil luz que la interminable fila de faroles proyectaba sobre el piso brillante.
La bolsa golpeaba rítmicamente contra su cadera y su peso hacía que sintiera el hombro izquierdo ligeramente más bajo que el otro. Caminó unos pasos más y se la cambió al otro lado.

Poco antes de llegar al cine, un niño le ofreció un periódico y ella le entregó el importe olvidándose de recoger el papel. Se detuvo un momento frente a un carro ambulante que despedía un agradable calor y poco después se alejó, masticando con cuidado para no quemarse. Ahora todo estaba tranquilo y ella se sintió como si estuviera dentro de un agujero en el centro del aire. Abandonó la idea de entrar a ver el final de cualquier película y pasó rápidamente frente a la taquilla, resistiendo la tentación de detenerse a mirar los carteles que anunciaban los próximos estrenos.

Durante largas horas había esperado inútilmente, aterida de frío, impaciente, unas cuantas calles atrás. Nada de eso importaba ya. Sólo el cansancio y el sabor incierto de la espera le recordaban esos momentos. Quería caminar y olvidarlo todo; la alegría y la esperanza y después el principio de las dudas y al final la certeza de que no vendría, junto con la necesidad angustiosa de decir a alguien todas las palabras que tenía guardadas para él.

Las ventanas iluminadas y el brillo del cine quedaron atrás. A los lados de la calle sólo había árboles y flores marchitas brotando mágicamente de la semioscuridad. El ruido de los automóviles y sus faros deslumbrantes se hizo cada vez más lejano y ella se sentó en una de las bancas sin mirar en su derredor. Descubrió que estaba cansada. Del fondo de la bolsa sacó un cigarro. La débil llama de su encendedor se extinguió tres veces antes de que lograra prenderlo. Luego fumó larga y ávidamente, mientras las hojas, tan ruidosas como la lluvia, caían a su alrededor.

Cuando el niño, silenciosamente, se sentó a su lado, el lejano silbato de un tren cubrió de melancolía y tristeza los densos rumores de la noche. Ella lo miró sin asombrarse. Parecía tener frío. Estaba descalzo, despeinado y sucio. Le pidió que le regalara un cigarro y después, mientras fumaba vorazmente, mirándola y sonriendo, le contó que dormía en la calle y que todavía no había comido. Sintió una lástima extraña, que la abarcaba a ella misma: volvió a buscar en la bolsa y le regaló casi todo lo que traía. Después se levantó y caminó hasta que los faros de los coches volvieron a deslumbrarla ininterrumpidamente.

Antes de que la lluvia se hiciera torrencial llegó a la esquina y se subió al primer camión que atendió su llamada. Estaba casi vacío y avanzaba lentamente. Sin embargo, allí, mirando a los demás pasajeros y sintiendo el olor, viscoso y penetrante, que el día había dejado y al que ahora se unía el que provocaba la lluvia mientras los vidrios se cubrían de un espeso vaho, se sintió protegida, cálida y tranquila. Prendió otro cigarro y miró por la ventanilla la calle mojada, recordando otros días, otros años, las risas y la alegría, la emoción del conocimiento, la sensación de ser comprendida, y la soledad de ahora, hasta que el vaho le impidió toda visibilidad. Entonces observó con cariño, casi con gratitud a los demás pasajeros: dos obreros, albañiles seguramente, con sus portaviandas a los pies, y la cara, el pelo y la ropa manchados de cal; un señor gordo y canoso, con un traje negro raído hasta parecer verde, que leía el periódico desdoblándolo ruidosamente; un muchacho flaco con barros y ojos tristes, que le devolvió la mirada con malicia y sonrió ambiguamente; una mujer, no muy joven, a la que el muchacho había estado mirando continuamente antes de que ella subiera; una vieja, mal vestida, que respondía pacientemente a todas las inesperadas preguntas que le dirigía la niña que llevaba de la mano, y al fondo, mirándose, sonriéndose, bajo la luz tenue y gastada, una pareja de edad indefinida, compañeros de oficina probablemente. El chofer, cansado, miraba de vez en cuando a los pasajeros por el espejo y el camión chillaba y se quejaba mientras los coches lo pasaban rápidamente. Todo parecía mortecino y agónico. La lluvia repiqueteaba monótonamente sobre el techo de lámina. La sensación de soledad y abandono volvió a apoderarse de ella, que la acogió casi con ternura.

El muchacho con barros se cambió al asiento de atrás y poco después al de junto de ella; pero no pudo ir más allá de pedirle un cerillo, que ella le regaló sin sentirse ofendida y, unas cuadras más adelante, se bajó detrás de la señora no muy joven. El señor gordo terminó su periódico y lo dejó a su lado, olvidándose de recogerlo al bajarse. Subieron otros dos jóvenes y el sonido de sus risas siguió molestándole hasta varias cuadras después de que se bajaran. El chofer avisó que allí terminaba el recorrido y ella se bajó, silenciosa e indecisa, detrás de la vieja con la niña, los dos obreros y la pareja de oficinistas.

La lluvia se había convertido en una llovizna punzante y helada que volvió a enrojecerle la nariz, mientras caminaba sin rumbo fijo, detrás de la pareja de oficinistas, mirando los aparadores iluminados. Libros, discos, pieles, vestidos, alhajas, curiosidades. La calle brillaba como un espejo y la ciudad entera parecía alegrarse por ello. De vez en cuando el sonido de un claxon, dispersándose en el aire, tapaba el de los motores. Las mesas vacías de un café, detrás de la amplia ventana cubierta de letreros, la hicieron recordar la hora. Pensó en su casa, en las preguntas y reproches y en las mentiras que tendría que inventar. El recuerdo de la espera le llenó nuevamente la boca, y los aparadores perdieron todo su encanto. Atravesó rápidamente y paró un taxi, tratando de evitar que el nudo en la garganta se convirtiera en lágrimas.

Cuando llegó a su casa, rechazó la cena, evitó las preguntas, se encerró en su cuarto y lloró larga, silenciosa, desesperadamente...

Fuente | Juan García Ponce.

Cuento "El café", de Juan García Ponce

7 comentarios:

Maria Soledad Zamora Mejia dijo...

"Después de la cita" presenta un contexto referido a un problema, quizás un pensamiento, un sentimiento, una ilusión, desencadenando tristeza, soledad, lejanía, reflexión. El cuento posee gran cantidad de material descriptivo, tanto de los lugares por los que pasea el personaje así como de las personas a las que logra observar, además la manera en la que se narra refleja un modo poético y una gran cantidad de melancolía.

El interés comenzó en el momento en que se percibe un sentimiento de melancolía en el cuento, al continuarla llama la atención el hecho de que ella deja pasar la vida como si enfocara su mente en otras cosas, como si persiguiera un recuerdo, además la manera en la que actúa sin importancia de las cosas, pareciera como un cuerpo sin alma, es esto lo que te atrapa en la lectura, el querer saber qué es lo que le pasa o le pasó que descubra a flor de piel todos sus sentimientos atrapados.

Básicamente refleja lo que todos en muy momento sentimos o pasamos, cuando nos enfrentamos contra alguna emoción que es muy fuerte, esta es capaz de distraernos de lo que sucede a nuestro alrededor, en cierta manera, en algún momento todos se sentirán identificados con la lectura, a su vez que la manera y la forma en la que se narra envuelve la atención del lector en su totalidad.

En cierta manera provoca emociones encontradas, a su vez es atrayente el querer saber el origen del sentimiento, sin embargo la nostalgia y tristeza que se hace notar es muy llamativa, en cierta manera te transporta de tal forma que te adentras a la historia, las emociones que presentas básicamente son de melancolía.

Maria Soledad Zamora Mejia
Facultad de Medicina
Campus Xalapa

María Inés Mariano Martínez dijo...

"Después de la cita"

Lo que puedo rescatar de la Lectura, es cuando la chica se detiene y mira hacia adentro del edificio y ve a una pareja de ancianos que se sonreían, afectuosa, calurosamente y ella suspiró. Yo pienso que ella lo hace imaginándose que pudo llegar a vieja al lado de ese chico.

Otra idea es cuando el niño le ofrece el periódico y ella le entrega el importe olvidándose de recogerlo. Yo considero que lo hace porque iba tan distraída y lo único que estaba pensando es porque él no llegó a esa cita.

Lo que me llama la atención son las situaciones que despierta mas su tristeza en unas cuantas calles que ella había caminado después de la cita. Esta lectura fue corta pero al leer me sentí triste al imaginar a la chica en un ambiente no tan favorable como: el clima, las personas que la rodean y los lugares que recuerda con melancolía. Cada uno de nosotros podemos encontrarnos situaciones como estas, que pueden ser aun más tristes.

María Inés Mariano Martínez
Facultad de Administración
Campus Xalapa

Ma. Magdalena Contreras Sánchez dijo...

Lunes 6 de agosto del 2012

Hoy iniciamos este taller de lectura, el cual es parte de nuestra trayectoria escolar como estudiantes de la Universidad Veracruzana. De entrada, me gustó saber que vamos a conocer a diversos autores y a algunas de sus obras literarias.

“Después de la cita”

Las ideas que rescato de este relato, son: en primera, la detallada descripción de todo el ambiente que rodea al personaje principal y, en segunda, el hecho de cómo y qué está sintiendo, pensando o recordando lo que ella vivió durante el transcurso de aquel día.

Despertó mi interés en esta lectura, el momento en donde ella observa desde afuera a través de la ventana a una pareja de edad avanzada que se encuentra en ese instante en la hora de la cena, tal vez ella recordó o reflejó en ellos a sus padres o bien, pudo haber sido que al mirarlos ahí, en ese espacio de tranquilidad y armonía, ella deseó llegar a esa edad con alguien especial en su vida.

También me interesó la lectura en donde el autor hace mención del momento en que ella sube a un autobús de pasaje para trasladarse a otro punto de la ciudad y ella observa en un principio a través de la ventanilla de aquel autobús la calle mojada, y recordaba momentos de felicidad y tranquilidad del pasado contrastado con la gran soledad que sentía, provocando en ella la necesidad de una distracción que le hiciera escapar de su tristeza, comenzando a observar con detenimiento todo lo que sucedía en ese espacio. La verdad es que me quedo con diversas dudas, pues en un principio de la narración no se sabe de dónde venía, con quién se citó y por qué sentía tanta melancolía y soledad.

Mi comentario con respecto a las posibles respuestas a las dudas anteriores, son:

Ella venía de una cita a la cual no asistió la persona que esperaba.

Cabe la posibilidad de que se citó con la persona que ella ama.

Y, si ella se sentía mal, probablemente fue porque se quedó con el deseo de decirle un asunto importante que involucraba a ambos.

Además, ¿por qué no se fue directamente a su casa?, ¿por qué buscaba lugares que tal vez para ella la hacían sentirse reconfortada o añoraba algo que no podía vivir?

Sentí melancolía por la situación y el ambiente que el autor describe alrededor del personaje principal. Lástima por ella, por el sufrimiento que la invadía. Incertidumbre de querer saber que había detrás de esa desolación y pesadumbre.

Ma. Magdalena Contreras Sánchez
Facultad de Pedagogía del SEA
Campus Xalapa

José Casas Chávez dijo...

"Después de la cita"

Que a pesar de que las cosas no salgan como nosotros queramos siempre habrá con quien contar, en este caso su familia de la chica, ella pensaba en todas esas excusas que tendría que inventar para no hablar con nadie, y no es que la ciudad estuviese feliz, pues todos parecían estar bien menos ella. Creo que siempre podemos contar con alguien.

Me gustó mucho este cuento espero pronto leer "El café", y creo que es una historia muy bonita y aunque es un cuento no hay mucha distancia de la realidad, estas ausencias por parte de la persona amada a quien uno espera y que no llega y toda esa tristeza desatada por ello.

Hizo sentirme relajado, me gusto mucho. Y es una lectura que te atrapa, que quieres continuar leyendo hasta terminar. Es un buen cuento muy agradable.

Me gustaría leer sobre la belleza, la poesía, mitología.

José Casas Chávez
Facultad de Arqueología
Campus Xalapa

Adrián Morales Hernández dijo...

“Después de la cita”

Es más que un cuento, una bonita historia y a la vez un poco triste.

El tema que más me interesa es la tristeza que tiene la protagonista. Sobre lo que ella va viviendo tras caminar como si no tuviera rumbo por las calles oscuras.

Sí, se siente un poco de tristeza al imaginar a la mujer como va viviendo su historia.

Adrián Morales Hernández
Facultad de Administración
Campus Xalapa

José Gonzalo Torres J. dijo...


"Después de la cita"
Juan García Ponce

El cuento habla sobre la vivencia que tiene una chica, cuenta su recorrido lo que vive y ve antes de llegar a la cita. Todo empieza en que era otoño una de las temporadas cuando comienza a sentirse el frió y la melancolía, cuando las cosas que ella va observando a través de su recorrido. Ella va contando de una manera pues muy alegre y tranquila, no sorprendida ante algunas cosas que ve, pero va con una ilusión de llegar, es lo único que quiere y piensa. Se encuentra varios casos, como el caso de los dos ancianos, yo imagino que ella ve y se refleja en ellos, que algún día vaya a llegar así de anciana pero con su pareja, juntos durante mucho tiempo.

Ella sigue caminando y pasa otras cosas que ve y toma con mucha atención y cuidado pero nada le sorprende, ella tiene la seguridad de querer llegar a la cita y que el va estar ahí esperándola aunque llega un momento en que ella se siente muy sola y no se siente comprendida. Por un momento, pienso que ella quiere dar por terminado toda la angustia, quizá miedo, soledad e inseguridad al momento de llegar con él o a la cita donde tiene que llegar, quiere dar por terminado una etapa de su vida para empezar otra, por eso ve las cosas de esta manera y las siente; y como lo mencioné hace un momento, a pesar de su motivación de llegar con él, ella no se siente muy segura cuando llega y él no está ahí, tiene una gran desilusión porque hasta donde dice el cuento no se sabe si fue culpa de ella por llegar tarde o porque ella piensa que é nunca llegó.


José Gonzalo Torres J.
Facultad de Odontología.

Yesenia Rocha Delgado dijo...

DESPUÉS DE LA CITA

Juan García Ponce

este cuento me gusto mucho la verdad, me llamo la atención lo detallado que era el ambiente en que se desenvolvía el personaje principal, también como evoca gran variedad de emociones, como el amor, la decepción, la tristeza, soledad, reflexión.
la verdad es interesante ver como el solo hecho de que las cosas no salgan como las planeamos nos hace reflexionar y nos hace observar a nuestro alrededor mas sin embargo solo vemos lo que nos recuerda ese hecho que nos causo tristeza, sin enfocarnos en los demás, ya que no solo existen momentos malos si no también buenos.

JUAN GARCIA PONCE

Escritor mexicano. Cursó estudios de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre 1957 y 1958, fue becario del Centro Mexicano de Escritores, beneficio que también le concedió la prestigiosa Fundación Rockefeller a comienzos de los años sesenta (1960-1961). Durante diez años (1957-1967), desempeñó el cargo de secretario de redacción en la Revista de la Universidad de México, donde fue adquiriendo un merecido reconocimiento que pronto le permitió trabajar y colaborar en las principales publicaciones culturales del país azteca, como la Revista Mexicana de Literatura (1963-1965) y las mundialmente conocidas Plural (1973-1976) y Vuelta, ambas fundadas por el premio Nobel de Literatura Octavio Paz.

Su incesante actividad editorial le impulsó también a fundar y dirigir la publicación Diagonales. Su obra se hizo pronto merecedora de galardones prestigiosos como el Premio Teatral Ciudad de México (1956), el Premio Elías Souraski (1974) y el Premio Anagrama de Ensayo (1980). En julio de 2001 recibió el Premio Juan Rulfo, uno de los galardones literarios más importantes de Latinoamérica.