17.9.12

Envidia

A pesar de la fuerte lluvia, llegaron varios estudiantes a la clase. Una joven llegó empapada, escurría agua por todos lados. Esperamos que no se enferme.

Hoy nos adentramos al discurso periodístico. De inicio, a través de un cartel comentamos las 10 estrategias de manipulación mediática de Noam Chomsky. Los estudiantes ofrecieron su opinión sobre lo que sucede en los medios y la conciencia que se necesita para percibir estas estrategias, usar el espíritu crítico. Fue muy interesante.

Pasamos a la lectura de un artículo de Diana Cohen Agrest, publicado el 9 de enero de 2010 en en el Suplemento ADN Cultura, se titula Envidia. En unos días leeremos los puntos de vista y opiniones de los estudiantes sobre el texto:

Envidia

"Tengo envidia de tu sombra / porque está cerca de ti./ Y mira si es grande mi amor, / que cuando digo tu nombre / tengo envidia de mi voz", cantaba lastimosamente José Feliciano. Pero el poder de la envidia trasciende la ilusión romántica. La de Blancanieves, sin ir más lejos, más que una historia de amor, es un relato de venganza, traición y envidia. Y ni hablar de Cenicienta, cercada por mujeres tan carcomidas por la envidia que imponen un obstáculo tras otro en aras de impedir que la de los pies pequeños concurra al baile en el palacio. Y aun si el envenenamiento del genial Mozart por Salieri fuera fantasía pura, la envidia del italiano no es sino una reacción natural a la lotería de la vida: haber nacido en el momento y en el lugar equivocado, dotado con un talento enorme opacado por la genialidad indiscutible de un rival.

Retratada como destructiva, inhibitoria, inútil y dolorosa, la envidia es condenada como uno de los siete pecados capitales. Nadie duda del papel siniestro y abismal de la envidia en la existencia humana. Porque se la suele acusar de irracional, imprudente, viciosa, equivocada. Porque se la considera innata y arrasadora, y se la oculta tras las máscaras de la crítica amarga, la sátira, la injuria, la calumnia, la insinuación pérfida, la compasión fingida y hasta la adulación servil. Y porque se recae en ella, una y otra vez.

Definida como la aflicción vivida por un sujeto cuando siente que no posee algo que su rival sí posee, a propósito de ella Ivonne Bordelois nos enseña en Etimología de las pasiones que in-vidia (de video, vedere, de donde proviene el verbo ver) significa "la mirada penetrante y agresiva de un ojo que, movido por alguna forma de animosidad, antipatía, odio o rivalidad, se hinca enconadamente en el de su enemigo para perforarlo y destruirlo".

Tan compleja de representar en las artes plásticas como fáciles lo son la tristeza, la alegría o el temor, es casi imposible retratar a un personaje con una maestría tan excelsa que, con sólo observar el retrato, se logre percibir en ese rostro al envidioso. Tal vez porque el envidioso no se alimenta de las diferencias reales sino de lo que le devuelve su percepción subjetiva, en tanto y en cuanto sólo ve lo que confirma su envidia.

Pese a su fuerza corrosiva (o tal vez explicable, precisamente, por ella), es la última de las emociones que cualquiera admitiría no sólo ante los demás sino incluso ante sí mismo. El tabú que desalienta toda declaración abierta de envidia es universal, pues se está dispuesto a admitir cualquier otro defecto antes que a reconocer que se es envidioso. Y aun cuando uno es capaz de conceder "envidio tus triunfos" o "envidio tu auto", parecería que sólo nos permitimos confesar esa debilidad cuando las circunstancias y el vínculo con el envidiado, al menos en la versión oficial, excluye la posibilidad de una envidia genuina, destructiva.

Genealogía

¿Cuáles son las condiciones que favorecen la aparición de la envidia?

Ya decía Aristóteles en Retórica que se envidia a un semejante, "el alfarero al alfarero". Porque es posible envidiar a un rival con el que se está en condiciones de competir, no a alguien tan inferior o tan superior que dicha asimetría vuelva imposible establecer una comparación. Y según reza el proverbio, "reina entre vecinos": el envidioso piensa que si su vecino se quiebra una pierna, él va a ser capaz de caminar mejor. En el plano discursivo, la envidia puede expresarse elogiando lo que es malo o, alternativamente, guardando silencio frente a lo bueno, porque todo aquel que elogia a otro, en su propio campo o en uno lindante, en principio se priva a sí mismo de dicho elogio (una de las razones por las cuales se acostumbra agradecer a los jurados de un concurso en el que, por su propia función, son excluidos de la nominación). Como en un sube y baja, todo elogio se pronuncia al costo de la propia reputación.

Por añadidura, el sentimiento de inferioridad es un factor esencial. El envidioso debe ser capaz de imaginarse la posibilidad de poseer el atributo deseado. Pero debe creer al mismo tiempo que ese atributo deseado está más allá de su poder y que jamás podrá ser alcanzado. Ese dispositivo imaginario se condensa mejor en un "podría haber sido mío" que en un "será mío", ya que lo deseado se encuentra próximo en la imaginación pero inalcanzable como predicción. El teórico social noruego Jon Elster sugiere que una princesa puede envidiar a una reina y las estrellas de cine a otras estrellas, pero la mayoría de los mortales no envidia ni a una ni a otras (o a lo sumo, las envidia débilmente).

La envidia, por otra parte, es una emoción que opera como en el tiro al blanco: sin un objetivo, sin una víctima, no se siente envidia. Su contrapartida puede ser la soledad del envidioso, quien no desea ser reconocido en su bajeza por el envidiado. Y hasta cualquier demostración de afecto o de amistad que éste pueda profesarle, a la espera de cierta reciprocidad y reconocimiento, puede resultar contraproducente: cuanto mayor es el afecto que se demuestra hacia el envidioso, mayor es su envidia.
Puesto que se carece de parámetros objetivos, no sociales, en el cálculo del propio valor se tiende a tomar a los otros como estándares. Cuanto más decepcionante es nuestro desempeño respecto del de nuestros pares, más disminuye la autoestima. En particular, cuando las comparaciones sociales no nos favorecen, se suele construir una imagen de sí en forma sesgada al servicio de la autoestima. Mediante este salto tramposo, se explica en parte cómo el dolor odioso de una comparación de la que se sale desfavorecido puede ser metamorfoseado en una emoción más soportable para la imagen de sí.

Tan unívoco es el mandato de ocultar(se) la envidia que suele ser reemplazada o transmutada en otras emociones. Con su talento para disfrazarse, la envidia tiene hermanastros tan tormentosos como ella misma: los celos, el resentimiento y la indignación.

Malditos celos

La envidia y los celos tienen en común que una y otros suponen algo que le importa mucho a quien envidia o siente celos. Pero mientras que en la envidia se desea lo que no se posee (deseo de obtener o de lograr algo), en cambio en los celos se manifiesta un temor de perder lo poseído (¿acaso Serrat no cantaba "no hay nada más dulce que lo que nunca he tenido, / nada más amargo, que lo que perdí"?).

Las diferencias no terminan allí: la envidia es una relación en la cual el envidioso codicia algo presuntamente poseído o logrado por el envidiado, cuando en verdad la preocupación del envidioso es que sea el otro el poseedor de algo material o no que él no tiene. Los celos, en cambio, conforman una relación triádica que involucran al celoso, al rival y al ser amado ("Las estrellas, celosas, nos mirarán pasar", poetizaban Le Pera y Gardel). El motivo de preocupación del celoso no es el rival sino el amado, aquel cuyo amor (o afecto, o alta estima) se teme perder en la medida en que un rival (las más de las veces, imaginario) puede poner en peligro la relación privilegiada y exclusiva que el amante mantiene con el amado. La imaginación es tan esencial a los celos que Proust la compara con un historiador sin documentos, pues los elementos probatorios son exigidos recién una vez que se comprende haber caído en un error (piénsese si no en Otelo, que comprende tardíamente, ante el cadáver de la fiel Desdémona, la trampa que le ha tendido un Yago ahogado en la envidia).

Aunque no es un axioma. Tanto se juegan los mecanismos imaginarios del yo que la pérdida es menos humillante si se es abandonado por un rival percibido como superior o por quien parece merecer más esa relación: cuando Camilla abandonó a su marido, el señor Parker Bowles tal vez habrá sentido que, al fin y al cabo, no era tan humillante ser desplazado por el príncipe de Gales -sin entrar a discutir los (controvertidos) méritos de Carlos- como por un jefe de oficina pedestre. Y como prueba del papel de la autoestima, en ausencia incluso de todo glamour, se señala la asimetría subjetiva sentida cuando se es abandonado por otro y cuando se es abandonado sin la sospecha de un tercero, cuando el adiós se vive con dolor pero sin celos.

Envidia, de Hendrick Goltzius
El filósofo Georg Simmel distinguió un fenómeno intermedio entre la envidia y los celos: el deseo envidioso de poseer algo o a alguien, no porque sea especialmente deseable para el sujeto, sino porque es de otros; reacción emocional que puede expresarse de dos formas que reniegan, una y otra, de lo deseado: una es renunciar al objeto ("ya no me importa"). La otra forma es la indiferencia (la célebre fábula de la zorra y las uvas) o hasta una aversión al objeto ("lo odio"). Y en una u otra de sus formas, sentir horror ante el mero pensamiento de que otro pueda poseerlo ("prefiero verlo destruido antes que otro lo posea"). Simmel advertía que quien se siente abismado en un deseo envidioso puede no desear poseer el logro codiciado, y en caso de que pudiese llegar a poseerlo, ni siquiera podría disfrutarlo, pero no soporta que otro lo disfrute. Envidia el yate de uno aunque sufra de mareos y la avioneta de otro aunque sienta vértigo.

El envidioso no tiene un interés genuino en que algo valioso en poder de otra persona le sea transferido a él, aun cuando querría ver al envidiado robado, desposeído, humillado o lastimado. Si lo que envidia es el prestigio, el talento o la belleza, puede cobijar el deseo de que el envidiado pierda ese prestigio, ese talento o esa belleza, a sabiendas de que lo perdido no será de nadie. En contrapartida, dado que el envidioso sobrevalora y hasta idealiza lo envidiado, enfrentado a un disvalor o a algo que le resulta indiferente, no poseerlo no erosiona su autoestima. Más aún, si otro se destaca en una habilidad o posee un objeto escasamente valorado por el envidioso, hasta puede provocar un sentimiento opuesto a la envidia: si un amigo es campeón de truco o en el juego de tejos, puedo sentirme orgullosa de él. E incluso voy a mirar con simpatía su colección de caracoles.

Cautivos del resentimiento

Prosiguiendo la línea trazada por Simmel, Melanie Klein observa en Envidia y gratitud que el envidioso persigue destruir a su víctima en su capacidad creadora y de goce, pues no puede soportar que un otro posea algo y él no lo posea. Intenta, entonces, denigrar y hasta destruir al otro para autoafirmarse en su narcisismo.

El resentimiento posee otra naturaleza. En las esclarecedoras páginas de Resentimiento y remordimiento, es caracterizado por el psicoanalista y escritor Luis Kancyper como "el amargo y enraizado recuerdo de una injuria particular", una suerte de rencor del cual nace el deseo de venganza. A diferencia de la envidia, que procura destruir al objeto, "el impulso resentido no persigue destruir al objeto sino castigarlo", nutriéndose del deseo de recuperar una realidad imposible en la ilusión de un tiempo circular. Pero como no puede destruir al objeto, lo tiene que preservar y controlar para poder continuar vengándose de una herida narcisista y de traumas injustamente padecidos de los que intenta vengarse.

"Después... ¿qué importa el después? / Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado, / eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado / como un pájaro sin luz", revelaba Homero Expósito, con belleza impar, una de las facetas más demoledoras de la condición humana. El peligro es que si el sujeto se queda detenido con su resentimiento a cuestas, el tiempo de ese pasado vivido como injusto anega las tres dimensiones del tiempo: el presente permanece obturado por la memoria del rencor (cerrándolo con sus frustraciones resignificadas y reactivadas una y otra vez) y el futuro obliterado, obstruido, por la pasión de la venganza.

¿La indignación dignifica?

Con el fin de poder ser aceptada por los demás y por nosotros mismos, la envidia suele mutar en otras figuras más decorosas. Puede, entre otras, metamorfosearse en indignación. Pero conviene distinguirlas: cuando la superioridad de un rival, medida según estándares objetivos, es dolorosa pero se reconoce como justa, la envidia suele enmascararse tras la retórica de la reivindicación ante una injusticia. En contraste, toda vez que sentimos que, objetivamente, nuestra desventaja es tan inmerecida como injusta la ventaja del rival, no provocará envidia sino indignación. En otras palabras, una vez que los sentimientos hostiles son legitimados, la envidia residual se transmuta en indignación, sentimiento más apropiado y aceptable para el yo privado y público. Si mi rendimiento laboral es claramente superior al de mi compañera y pese a todo, la ascienden a ella porque es la favorita del jefe, la envidia por su ascenso se trastocará en indignación. Y de allí a la autocompasión media un solo paso, ya que apiadarse de uno mismo puede ser un remedio eficaz a la hora de eliminar toda comparación envidiosa que amenace la autoestima.

Metamorfosis

Si nos sentimos inferiores por una comparación poco ventajosa, ¿por qué no terminar por rendirnos a esta realidad? ¿Por qué no sentirnos felices por la superioridad del otro y, tomándolo como modelo, inspirarnos en él? Ese pasaje se prefigura en el lenguaje. Bordelois observa que el prefijo in- de in-vidia es ambivalente, pues puede significar tanto hostilidad como también "encerrar un secreto homenaje: en el fondo, la envidia es la mensajera nocturna de la admiración". Incluso Kierkegaard, quien consideraba la estupidez y la envidia como las dos grandes fuerzas de la sociedad, observó que "la envidia es admiración oculta. Un admirador que siente que la devoción no lo puede hacer feliz elegirá transformarse en un envidioso de lo que admira".

El envidioso es impulsado por una inferioridad presuntamente inmerecida, escudado en que esa situación subalterna no refleja su verdadero valor. Pero una vez que el objeto de la envidia es percibido claramente como superior al envidioso, ese mecanismo de defensa ya no funciona y, una vez eclipsada la hostilidad, la envidia puede ceder su lugar a la admiración. La diferencia entre una y otra es la que hay entre los antagonistas en una competencia (Federer versus Nadal) y los espectadores desinteresados que contemplan el torneo, capaces de admirar a los antagonistas sin envidia.

Otra de sus metamorfosis se produce cuando la envidia, devenida primero admiración, logra transmutarse en emulación -el deseo de evitar e incluso superar las acciones ajenas-. Por tortuoso que fuera el camino, el sujeto alcanza una emoción al servicio del yo pues, quien busca hacer lo que otro hizo, ya no vive cautivo de su odio. Y si bien la emulación requiere un rival, un competidor, éste no tiene que ser visto como un enemigo, y hasta puede tratarse de un amigo cuyo ejemplo estimula el talento propio.

Pero cuando los sentimientos de admiración y emulación fracasan, la envidia se metamorfosea en vergüenza. Mientras que la primera se bifurca entre el yo y el sujeto envidiado, la vergüenza nace en un yo defectuoso que concentra su atención en sí mismo, sin la presencia necesaria de una comparación subjetiva desfavorecedora. En particular, la vergüenza emana de tres fuentes: la vergüenza de sentir envidia y su sentido de inferioridad concomitante, la vergüenza de darse cuenta de que uno es culpable de su propia inferioridad y la vergüenza de sentir vergüenza. Nos resistimos a admitir su existencia porque socialmente es censurada y porque reconocer la propia envidia significa admitir, a fin de cuentas, nuestra condición paupérrima.

Así como la admiración y la emulación constituyen una salida socialmente aceptable a la envidia, y la vergüenza supone una dosis de sinceramiento, en el otro extremo del espectro moral se descubre un sentimiento tan abyecto que ni siquiera, en nuestro idioma, contamos con un término para designarlo. Schadenfreude es una palabra del idioma alemán que designa el sentimiento oculto de regocijo ante el sufrimiento o la infelicidad de otro.

Políticamente correctos

La antigua, rastrera e inequívoca palabra "envidia", que designa un proceso secreto y silencioso no siempre verificable, suele ocultarse tras la fachada más decorosa y políticamente correcta del "conflicto", conducta abierta y práctica socialmente aceptada. ¿Cuál es la diferencia que desautoriza a una y legitima al otro? Mientras que toda vez que aludo a la envidia debo aceptar que uno de los contrincantes es consciente de su inferioridad frente al otro, en cambio, cuando me dirijo a dos o más personas o grupos en conflicto, no necesito determinar quién es inferior.

Quizá fue la predilección de los sociólogos por los fenómenos observables la que condujo a la sustitución de la envidia por el concepto de "conflicto", empobreciendo numerosos aspectos de las relaciones sociales y humanas explicables en términos de envidia -una emoción muy primaria- pero no de conflicto. Se ha dicho, no obstante, que la sociología de la envidia pasa por alto que, entre el envidioso y el envidiado, no tiene por qué haber conflicto: lo irritante para el envidioso y lo que aumenta su envidia es su incapacidad para provocar un conflicto abierto con el objeto de su envidia.

Furia inmortal

Para distinguir la envidia justificable de la que no lo es, se distinguió entre la envidia a secas y la envidia "sana". Yo puedo envidiar sanamente el talento musical de una amiga, y ni remotamente deseo que pierda ese talento. Y en muchos otros casos de envidia "sana", las acciones del sujeto se dirigen a asegurar lo deseado para sí mismo, más que a minar al rival. Esas actitudes probarían la posibilidad de sentir una envidia exenta de connotaciones negativas.

A fin de cuentas, si nos detenemos en sus aspectos más benévolos, podemos tender sobre todas estas emociones indignas un manto de piedad: los celos son un mecanismo afectivo para preservar relaciones excepcionales y la indignación restablece momentáneamente la imagen del yo. Una envidia moderada ofrece una salida a la depresión, una ocasión para crecer y cierta esperanza en superar los obstáculos. Y hasta la envidia destructiva puede ser metamorfoseada en una competencia honorable y constructiva. No sólo eso: se ha dicho que la envidia conduce, en el espacio macrosocial, a un reclamo de justicia, a un igual tratamiento para todos: si uno no puede ser el favorito, nadie lo será. Un club de fans, por poner un ejemplo elemental, expresaría una acción común basada en que nadie puede tener al ídolo. Y hasta la solidaridad en la que se renuncia a un bien para que pueda ser compartido con otros ha sido vista como el efecto de una mutación forzada de la hostilidad original.

Por su historial deplorable, la envidia es una de las emociones más silenciadas de la condición humana. Y si se la desea analizar en su abismal profundidad, como se examina, en una suerte de vivisección existencial, un órgano con un escalpelo, se descubre que cuanto más oculta, más fascinante. El novelista Laurence Sterne ironizó cáusticamente que "la muerte cierra tras de sí la puerta de la envidia y abre la de la fama". Y mucho antes Aristóteles había sentenciado, a modo de consuelo escatológico, que los muertos ya no son nuestros rivales. Hasta solemos consagrarles todos los honores escatimados en vida mientras silenciamos sus vicios y miserias. Pero nada de lo pavoroso parece ajeno a lo humano. ¿Acaso la envidia de los muertos, rondando como espectros, no puede continuar acechando el reino de los vivos, perseguidos en la intimidad de su conciencia por esa furia inmortal que triunfa sobre el tiempo y la finitud?

7 comentarios:

Dinorah Beristáin Mexicano dijo...

Comentario

Considero que lo más rico que poseemos de nuestro cuerpo es esa magia que tenemos en la gran diversidad de emociones y sentimientos y que a su vez podemos reemplazar o trasmutar por otras.

Me pareció muy interesante la lectura, me gusto la división de las temáticas de cada una de las reacciones emocionales que todos los seres humanos las poseemos y que puede variar solo el nivel con el cual las desarrollamos en cada etapa de nuestra vida.

Iniciare describiendo la envidia y los celos; que como anteriormente mencione son reacciones emocionales a causa de sentimientos que poseemos a procedencia de personas u objetos cercanos. Ambos conceptos anteriores muy importantes de distinguir ya que se puede llegar a la confusión; la envidia es desear lo que no se posee y en cambio en los celos se manifiesta en un temor de perder lo poseído; considero desde que existe cierta reciprocidad de estos dos sentimientos ya que por ejemplo la envidia podría llevarte a ciertos anhelos de ser alguien más importante y superación y los celos solo hacen verte como una persona insegura y autoestima baja, que por ejemplo este sentimiento lo desarrollamos desde pequeños con el complejo de Edipo o complejo de Electra.

Otra reacción es la indignación que emerge de la envidia, sólo que ahora menos dolorosa o penosa para el sujeto; es decir, un cambio, una metamorfosis, para apaciguar el malestar interno, posteriormente se transformará en nuevos sentimientos más tolerables, pues la culpa y el dolor vuelven a presentarse, y consigo el dolor, la pena, la vergüenza. ¿Quién no desea una vida sin conflictos? Una analogía sería la siguiente, el amor. El amor es una ambivalencia, compuesto por una parte de odio, y otra, propiamente de amor. Sin embargo, el amor se hace evidente, más el odio queda reprimido, para que de esta manera se pueda sobrellevar una relación.

No existiría la envidia si no existiera una objeto superior, si no se tuvieran ideales a alcanzar. Entonces el sujeto comprende, consciente e inconscientemente, que existe alguien superior a él, pero no le da a otorgar ese puesto, negación como mecanismo de defensa, o simplemente orgullo. Simplemente niega su admiración a esa figura.

La lucha de poder hace gala de su presencia, recordemos que en todo tipo de relación, existe un juego de poder. A veces silenciosa, prudente, pero en ocasiones todo lo contrario. En la búsqueda de superar al otro se generan resistencias que entorpecerán aquella búsqueda; si se llegara alcanzar la superioridad anhelada, la historia, la estructura de relación se repite, se convierte en un ciclo.

No somos más que sujetos en la búsqueda incesante de poder; a veces abajo, en ocasiones arriba, sin olvidar que la mariposa antes de resplandecer su belleza, fue un gusano.

Dinorah Beristáin Mexicano
Facultad de Psicología

María Inés Mariano Martínez dijo...


ENVIDIA
Diana Cohen Agrest

Es muy interesante éste tema “la envidia” y como en el ejemplo lo dice que la envidia del italiano es una reacción natural, yo considero que no es así porque la envidia es una crítica y una compasión fingida no puede ser una reacción natural de una persona.

Hay una parte que dice que cuanto mayor es el afecto que se demuestra hacia el envidioso, mayor es su envidia y si estoy de acuerdo, yo me imagino a esa persona con una sonrisa fingida y una critica muy perversa en su mente y como lo dice, también viene acompañado por celos o resentimiento. Pero la envidia y los celos no es lo mismo pues tienen gran diferencia, la envidia es lo que no se posee y tener ese deseo de obtener o logra algo, mientras tanto, los celos es un gran temor de perder algo que tiene.

Puedo concluir que la envidia es un sentimiento negativo que es provocado por querer algo que otra persona posee y de esta manera esa persona reacciona de una manera perversa, incluso podría llegar a matar y en caso de que pudiera llegar a poseerlo, ni siquiera podría disfrutarlo sólo lo aria para que la otra persona no lo disfrute.

Diana Cohen Agrest (Buenos Aires, Argentina).

Es doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Desde 1983 se desempeña como docente e investigadora en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y ha participado como profesora invitada en varias universidades del extranjero. Entre sus libros, se cuentan: El suicidio: deseo imposible. O la paradoja de la muerte voluntaria en la filosofía de Baruj Spinoza (2003), Temas de bioética para inquietos morales (2004) e Inteligencia ética para la vida cotidiana (2006). Ha publicado también numerosos artículos en revistas especializadas y en antologías nacionales e internacionales y colabora con frecuencia en diversos medios periodísticos nacionales, entre ellos, el diario La Nación.

María Inés Mariano Martínez
Facultad de Administración

María Soledad Zamora Mejía dijo...


Envidia
Diana Cohen Agrest

La envidia desde el punto de vista psicológico es muy común en la gente, es un arma de doble filo ya que hace sufrir con gran fuerza tanto a los propios envidiosos como a sus victimas.

Podría decirse que la envidia es un sentimiento de frustración insoportable ante algo ya sea un bien, cualidad o cosa que posee la otra persona, y es por esta razón que se dispone a dañarla.

Algunas veces la actitud de envidia no se percibe a simple vista, en ocasiones ni el envidioso sabe que lo es. Esta actitud en ocasiones suplanta a las verdaderas, es decir en ves de que la persona acepte sus carencias o se percate de sus deseos y facultades, desea destruir y odiar a la persona que le recuerda que no puede tener determinados objetos. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.

Dicho sentimiento forma parte también de otro rasgo humano, el narcisismo, desde el que el sujeto experimenta un ansia infatigable de destacar, ser el centro de atención, ganar, quedar por encima, ser el "más" y el "mejor" en toda circunstancia. Debido a ello, muchas personas se sienten continuamente amenazadas y angustiadas por los éxitos, la vida y la felicidad de los demás, y viven en perpetua competencia contra todo el mundo, atormentadas sin descanso por la envidia. No es ya sólo que los demás tengan cosas que ellas desean: ¡es que las desean precisamente porque los demás las tienen! Es decir, para no sentirse menos o "quedarse atrás". Este sufrimiento condiciona su personalidad, su estilo de vida y su felicidad.

María Soledad Zamora Mejía
Facultad de Medicina

Ma. Magdalena Contreras dijo...


Envidia
Diana Cohen Agrest

La envidia es aquel sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas.

Bien, aquí la autora hace un análisis de lo que es la envidia y los celos, cita diferentes personajes que a lo largo de sus vivencias han sentido alguna vez estos malos sentimientos; la dichosa envidia o los celos, y el cómo va describiendo a ese sentimiento de no tener lo que otros poseen y le gustaría obtener. Hay algo muy cierto, que la envidia se da entre los pares, es decir, entre los seres que son de la misma condición, raza o especie.

La envidia es tan desagradable y cruel, que no permite que el envidioso sea feliz con lo que tiene, vaya, no puede valorar lo suyo, no le permite ver que él o ella tiene quizás también momentos o bienes materiales o familiares, que debería celebrar y centrarse mejor en ello y no andar buscando algo que tal vez no logre conseguir, dañando así su autoestima y la tranquilidad de los que le rodean.

Al envidioso, le gusta creer y ver que a aquella persona por la que siente envidia le vaya mal por la vida, le pasen cosas malas. Otro punto importante, es cuando menciona que la envidia de cierta forma, empieza como una admiración o estímulo hacia la otra persona. La envidia incluso, llega a lastimar y a enfermar el cuerpo y el alma, no permitiendo la plenitud del envidioso. ¡Qué feos son los celos y las envidias!


Ma. Magdalena Contreras
Facultad de Pedagogía

Oscar Eduardo Sambrano Ixtla dijo...

Comentario sobre: Envidia.

La envidia es un tipo de admiración hacia alguna persona, ya sea por tener algo material o por tener habilidades que otras personas no tienen.

El texto nos dice que la envidia siempre ha sido retratada como destructiva, y que forma parte de los siete pecados capitales, aunque no siempre es mala.

Muchas veces solemos confundir a la envidia con los celos, pero son muy diferentes, en la envidia deseamos algo que no tenemos, mientras que en los celos tenemos miedo a perder eso que ya tenemos, ambas pueden tener graves consecuencias.

Por otra parte, la envidia es algo que nos lleva a querer obtener de forma rápida algo que muchas veces no necesitamos y que sólo lo queremos por el hecho de que otra persona no lo tenga.

Para evitar caer en estos problemas/pecados, es necesario saber quienes somos, conocer nuestras cualidades y atributos, y estar consciente que cada persona tiene cualidades diferentes que no debemos envidiar.

A mi me interesó las diferentes formas de como es vista la envidia y sus posibles derivaciones como los celos, el resentimiento, la admiración, entre otros. Creo que no es bueno envidiar a las personas por los objetos o habilidades que tienen, y lo que debemos hacer es trabajar para ser mejores personas y tratar de superar a esas personas sin envidiarlas.

Información sobre la autora leída en clase.

Diana Cohen Agrest (Buenos Aires, Argentina).

Diana Cohen Agrest es doctora en filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y magíster en bioética por la Monasch University, de Australia. Docente de Filosofía en la UBA desde 1983 y autora de El suidicio, deseo imposible. O la paradoja de la muerte voluntaria en a filosofía de Spinoza (2003) y de Temas de bioética para inquietos morales(2004).

Ha publicado también numerosos artículos en revistas especializadas y en antologías nacionales e internacionales y colabora con frecuencia en diversos medios periodísticos nacionales, entre ellos, el diario La Nación. Fondo de Cultura Económica ha editado Por mano propia. Estudio sobre las prácticas suicidas (2007).

Oscar Eduardo Sambrano Ixtla
Sistemas Computacionales Administrativos

Yesenia Rocha Delgado dijo...

ENVIDIA
Diana Cohen Agrest
La lectura de este artículo me pareció muy interesante, pues toca un tema con el cual todos hemos tenido alguna experiencia durante nuestras vidas.
El ser humano es emocional por naturaleza, experimenta emociones, las siente, las vive y las domina. Muchas de nuestros actos son regidos por nuestras emociones, es decir, vivimos en un mundo totalmente emocional. Aunque el estar conectado con tu ser emocional es algo bueno, esto también tiene su lado malo, pues en ocasiones nos dejamos llevar por perjuicios o por emociones que son negativas.
Retomándolo que el articulo nos explica pues comprendemos que la envidia es uno de los temas mas difíciles de tocar, puesto que nadie esta dispuesto a aceptar ser envidioso; pues este sentimiento es catalogado como un pecado, algo malo y negativo.
La envidia es un sentimiento que nos surge cuando una persona comienza a hacer comparaciones con otra, cuando le va bien en su vida, tiene éxito o simplemente por que tiene algo que desea poseer, sin embargo, la envidia no es mas que el resultado de nuestra propia inseguridad, pues necesitamos que los demás nos den su aprobación, siempre intentamos hacer mas cosas de las que podemos, todo esto nos agota emocionalmente, sufrimos, llegamos a caer en la hipocresía y nos convertimos en seres destructivos, lo cual trae consigo a la soledad.
La envidia a su vez puede generar otros sentimientos como los celos, el resentimiento y la indignación, de estas tres emociones la que más me llamo la atención fueron los celos ya que son muy destructivos, acaban con la persona, la marchita hasta tal punto de que comienza a tener una autoestima baja, dejando muchas heridas en su persona emocional, generalmente son provocadas por el miedo de perder algo muy importante para nosotros, algo que amamos, comúnmente esta es una de las emociones con las que mas tenemos contacto.
Desde mi perspectiva debemos aprender a ver más allá de los perjuicios y las emociones negativas, pues cada ser es único y especial, todos tenemos habilidades que nos hacen sobre salir, pero en lugar de competir debemos ver al otro y analizarlo conectándonos perfecta y pasivamente con nuestro ser emocional, para que en lugar de provocarnos un daño generemos algo que nos haga crecer mas, para ver las cosas que antes no notábamos que existían y así en un sentido positivo disfrutar de nuestra vida.

Yesenia Rocha Delgado
Facultad de Contaduría y Administración

José Casas Chávez dijo...


Envidia
Diana Cohen Agrest

La envidia. Muchas veces se puede ser envidioso y no darse cuenta de que esta uno siéndolo. La mayoría de la gente es envidiosa. Siempre va haber personas con una mejor vida, es decir tener una economía buena, estable y como no “yo quisiera tener esa vida” sin necesidades de algo. Entonces, ¿qué es la envidia? A mi manera de pensar, es no estar a gusto con lo que uno tiene y la vida que uno lleva, es querer más, pero ese más es pura vanidad, es entrar a un mundo de globalización, donde las personas no tienen una economía estable pero es necesario tener un celular caro, una televisión en vez de comprarse una enciclopedia, un libro de lo que sea pero leer y aprender por lo menos algo sano y que me va a traer algún provecho en el futuro.

Quienes participan en este tema de la envidia y los celos.

Como dije antes creo que participamos todos, todos algunas vez en nuestra vida hemos celado y envidiado algo que no tenemos. Pues por un lado se envidia lo que no tenemos, y celamos lo que ya es nuestro pero que tenemos miedo de que la competencia nos lo quite. Por otro lado no existe envidia “de la buena” o celos sanos, toda envidia es mala pues el hecho de ver que tiene algo que yo no ya está mal porque no me gusta que lo posea y yo qué. Y los celos, solo se es celoso cuando no se está seguro de uno mismo y de lo que tiene uno a su lado.

José Casas Chávez
Facultad de Arqueología